Nuestra vida de castidad consagrada
El consejo evangélico de la castidad, que voluntariamente hemos elegido y prometido con voto, tiene su única razón de ser en el amor preferente a Dios y, en Él, a toda persona. Éste nos proporciona de modo particular una libertad mas amplia de corazón, por la que nos unimos a Dios con amor indiviso y podemos hacernos todo para todos.
La vida de castidad supone siempre cierta renuncia, que hay que reconocer y aceptar con corazón alegre, porque los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos para participar desde ahora de la posesión de la gloria del Señor.
La castidad es un don concedido a los hombres que se alimenta, consolida y desarrolla con la participación de la vida sacramental. El participar de los mismos nos ayuda a tener un mayor equilibrio ante los posibles peligros como son el tedio de la vida, la soledad del corazón, el amor a las comodidades, las compensaciones indebidas o la desviación morbosa de la afectividad y el uso desordenado e impropio de los medios de comunicación.
La maduración afectiva y sexual recorre gradualmente el camino de la conversión del amor egoísta y posesivo al amor oblativo, capaz de entregarse a los demás. En este camino tiene una importancia peculiar el empeño por crecer en la virtud de la templanza, de la que depende estrechamente la capacidad de vivir castos. También debemos crecer en el conocimiento en el valor espiritual de los afectos, en la justa estima del propio cuerpo, en la acogida serena de la propia identidad sexual y en la diferencia entre varón y la mujer.
En cuanto a la afectividad y la fraternidad, una verdadera fraternidad, serena y abierta a los otros, facilita el desarrollo natural de la afectividad de cada uno. El compromiso fraterno exige una renuncia continua del amor propio y pide entrega, lo que favorece autenticas y profundas amistades que contribuyen mucho a la perfección de la vida fraterna.
Conscientes de la fragilidad humana, huyamos de las ocasiones y de los comportamientos peligrosos o ambiguos para la castidad y que pueden suscitar sospechas. En el campo afectivo y sexual, la falta de respeto por los demás ofende la castidad, traiciona la confianza, es un abuso de poder y puede dañar gravemente la dignidad ajena.