Nuestra vida de oración

La oración a Dios, como respiración de amor, comienza con la moción del Espíritu Santo por la que el hombre se pone interiormente a la escucha de la voz de Dios que habla al corazón.

Dios fue el primero en amarnos, nos habla de muchas maneras: en todas las criaturas, en los signos de los tiempos, en la vida de los hombres, en nuestro propio corazón y, sobre todo, en la historia de la salvación a través de su Palabra.

En la oración, respondiendo a Dios que nos habla, alcanzamos la plenitud en cuanto que nos salimos del amor propio y, en unión con Dios y con los hombres, nos transformamos en Cristo Dios-Hombre.

Consagrados más íntimamente al servicio de Dios por medio de la profesión de los consejos evangélicos nos esforzamos desde nuestra liberta a desarrollar fiel y constantemente una vida de oración. Por lo cual nos exhortamos continuamente a cultivar con máximo empeño el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir.

La oración franciscana es afectiva, es decir, oración de corazón, que nos conduce a la íntima experiencia de Dios. Cuando contemplamos a Dios, sumo bien y todo bien, de quien procede todo bien, deben brotar de nuestros corazones la adoración, la acción de gracias, la admiración y la alabanza.

Consagrados al servicio de Dios he íntimamente unidos a Él por la profesión religiosa, tenemos gran estima por la sagrada liturgia y de ella nutrimos nuestra vida espiritual personal y fraterna. Por lo cual, tenemos gran aprecio por el misterio de la Eucaristía y el oficio divino.

A ejemplo de San Francisco, nos exhortamos a adorar con fe, humilde reverencia y devoción a Jesucristo presente en la Eucaristía. Ofrecemos con Él al Padre, mediante el Espíritu, nuestras personas y nuestras obras.

Nos reunimos a diario como Fraternidad en el nombre de Cristo, para dar gracias al Padre en el Espíritu Santo haciendo memoria de los misterios de la salvación con la celebración en común de la Liturgia de las Horas y cuando por alguna razón en particular no podemos celebrarla en común, tenemos presente que también en la recitación individual estamos unidos espiritualmente con toda la Iglesia y, en particular, con los hermanos que recitan privadamente el oficio de padrenuestros según la Regla.

San Francisco ha descubierto el plan de Dios en la contemplación, también nuestros primeros hermanos capuchinos, dando primacía a la vida de contemplación y soledad, estuvieron atentos y solícitos a las necesidades de los hombres y experimentaron la presencia de Dios en los acontecimientos cotidianos y en las realidades humanas. Nosotros siguiendo el ejemplo de ellos, nos esforzamos por acoger las manifestaciones del amor de Dios en el entramado de la historia, en la religiosidad popular y en la cultura particular de las diversas regiones. Por eso nuestra oración debe ser expresión de solidaridad y compasión universal.

Conscientes de que en la oración colaboramos con Dios para la llegada de su Reino y la edificación del cuerpo de Cristo pedimos a Dios por la santa madre Iglesia. Por el Papa, por nuestros gobernantes, por todos los hombre y mujeres, por la salvación del mundo entero, y de manera especial por la familia franciscana y los bienhechores.

La Fe en Cristo resucitado sostiene nuestra esperanza y mantiene viva la comunión con los hermanos que reposan en la paz de Cristo, motivo por el cual al celebrar la Eucaristía y en nuestras oraciones, encomendamos a Dios misericordioso a todos los difuntos.

En cuanto a nuestra devoción Mariana y de los santos. Honramos de forma particular la oración del Ángelus y el Rezo del Rosario, a la Virgen María Madre de Dios, a san José, a san Francisco y a santa Clara, junto a nuestros santos hermanos Capuchinos.

Para renovar continuamente nuestra vida religiosa, todos los hermanos participamos cada año de unos ejercicios espirituales. En cuanto a nuestras practica de oración fomentamos el silencio. Pues el mismo, es guardia fiel del espíritu interior y viene exigido por la caridad en la vida común, sea tenido en gran estima en todas nuestras fraternidades para tutelar la vida de oración, de estudio y de reflexión.

En fin, conforme a nuestro carisma, contando con un corazón abierto y dócil a la llamada de nuestro Padre y Hermano Francisco, centremos en Dios la mirada y el corazón, a fin de que, interiormente purificados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos acercar a todos el amor de la realidad invisible, y el mundo, sediento de Dios, sea iluminado por el conocimiento del Señor y colmado por su bienaventuranza.